Comandante.

Por 'Periplos Lemus'

"Hacía un frío estremecedor. Me agarraba aterido a la silla del caballo preguntándome si por fin llegaría a Carn Dûm. El viento cortaba más que el filo de mi espada. A veces me preguntaba si era el frío o el miedo lo que me hacía tiritar con esa violencia. Y los orcos iban haciendo escarnio de mi situación, pero mi conocimiento del idioma orco y de algunas de sus costumbres me habían ayudado hasta ahora. Había convencido a un grupo de guardias fronterizos de que quería hablar con su jefe. Y me llevaron hasta Car Dûm. Decían que su pelotón tenía la entrada prohibida a Carn Dûm: interesante, ni siquiera algunos orcos podían entrar en ese lugar. En las puertas de la fortaleza tendría que buscarme la vida.

Al fin llegamos a la fortaleza. Una grotesca e inexpugnable forma negra y roja en lontananza. En las nevadas montañas del norte. Escalofriante y ominosa. En la puerta, hablando en lengua negra con los guardias había una criatura de la hasta entonces sólo había oído hablar: era un olog con la coraza negra de los ejércitos del Rey Brujo. Se fijó en mi, y no dio crédito a lo que veía cuando los orcos que me acompañaban me dejaron allí y se fueron por donde habían venido. Les di unas monedas de plata. Las cogieron, pero no ávidamente como esperé, y tampoco se pelearon por ellas. Estaban organizados. El Rey Brujo era un eminente y respetado comandante

Hablé yo, en lengua negra. Cuando le dije a lo que venía tronó a reír, y tras esto, todos los orcos en derredor también empezaron a reír (la mayoría no sabía ni por qué, pero reían con muchas ganas). –Pasa-tronó con su voz gutural y cavernosa- sin duda le había pillado en un buen día. Las puertas se abrieron y pasé. Me registraron y sólo me dejaron la ropa, la pluma y unos cuantos pergaminos. Me miraban con suspicacia, como si sospecharan algo de mí. Como si pensaran que era mucho más de lo que aparentaba, y como si el Rey Brujo, nada más verme me fuera a calar, y conocer todas mis intenciones.

-¿Quién eres?- me preguntó el olog -Tienes tal pinta de alfeñique, que no puedes ser un espía.
Entonces le dije que lo deseaba era entrevistar al Rey Brujo y que era una iniciativa seria -Yo no soy partidario de lo que hace pero sí tengo el talento suficiente para valorar una mente tan brillante.

El olog, pese a mi vocabulario culto me entendía, o al menos asentía con la cabeza. En más de una ocasión pensé, que en uno de sus asentimientos iba a alzar su poderoso brazo y machacarme, entre risotadas, pero no mostré temor. Y quizás eso me salvara. ¡Por Elentari, no sé cómo puede haber soldados en la frontera que se atrevan a enfrentarse a este tipo de criaturas! Este olog sin ir más lejos llevaba un hacha a 2 manos negro lleno de símbolos impíos que pesaría más de 25 kg. Y medía casi 3 metros. No quiero ni pensar lo que sería capaz de hacer en un campo de batalla con cabezas que no sean la suya.

...

Al fondo, en la oscuridad reinante, algo se movió. No acertaba a verlo bien, pero avanzaba hacia mí. Como tomando forma de la oscuridad reinante. Cuando salió a la luz de los tenebrosos hachones reconocí una vaga forma negra con una corona de tiranía. Media más de dos metros y rezumaba un gélido terror que calaba hasta los huesos. No podías escapar de ello. Te atrapaba, te agobiaba, te sofocaba. Era francamente asfixiante. Quedé paralizado, me costaba trabajo tragar saliva y respirar, y me puse muy nervioso. Mi cara describió un desagradable rictus y me arrepentí de haber venido hasta aquí. Pasara lo que pasara, estar ante ese espectro era mucho más desagradable e insano de lo que nunca hubiera pensado; tanto, que ya no me merecía la pena. Y cuando estuve a punto de gritar llorando que lo sentía, que quería irme de este horrendo lugar para siempre, que había sido la estupidez más grande que había hecho nunca (y había hecho muchas; guardo uno de los cuchillos originales de Bill en mi casa) volví a sentir alivio. Como una pequeña brisilla que entrara en una botella en la que llevas mucho tiempo encerrado. Y dejé de sudar.

Entonces el Rey Brujo habló, su voz era firme, tranquila, gélida y profunda, hablaba bajito, pero resonaba en toda la estancia, como si el foco del sonido no fuera la garganta del espectro que tenía delante, sino que llegara desde un lugar mucho más profundo y ominoso.
-No pareces un espía. Pero te recuerdo que esto es Carn Dûm, no un manicomio para locos y deficientes. ¿Qué haces aquí?¿Por qué osas hacerme perder el tiempo que se me ha concedido?

Tenía razón. Me sentía avergonzado. Aún tiritaba. Y no podía articular palabra. El olog me echó un cable. -Quería entrevistarse con usted, si me permite, mi amo.
-¿Con qué autoridad?¿qué clase de diplomático es?¿ Qué mensaje trae?¿Quieren algo los dúnedain de Arthedain? -Por lo que he visto no parece servir a nadie, señor, desea hablar con usted por el placer de hablar con usted. Aunque ya sabe que los humanos son engañosos y retorcidos, señor.

El Rey Brujo calló un rato. Luego volvió a dirigirse a mi:
-No vas a conocerme en unas horas por hablar conmigo, mortal. Esto me parece ridículo ¿Qué les dirás a tus aliados si te dejamos salir de aquí?

Quería contestar, mi lengua siempre fue más rápida que yo o que cualquier flecha. Pero no podía articular palabra. Quería decir algo ingenioso, ganármelo, y no podía. Nunca me había sentido tan impotente. Mi labia me había salvado de las situaciones más inverosímiles, pero ahora estaba agarrotado. Así que hice acopio de valor, lo más difícil estaba hecho. Tartamudeando farfullé:
-si me permite, señor, lo primero que les diré es que me recibieron con gran cortesía. Y que no usan ningún tipo de hogar o calefacción en todo Carn Dûm- Seguía abrazándome a mí mismo, helado de frío.
El olog rió, pero pronto calló en seco al ver que su amo no reía

-Siéntate, no es costumbre pero pediré que enciendan un fuego para ti. El fuego y el agua no son bien recibidos aquí, pero sí las palabras. Habla y te contestaré, si tu insolencia no te conduce a un final más repentino y violento.
-Señor, si me permite, iré anotando todo lo que me parezca interesante, y después usted podrá quitar lo que desee para poder llevármelo de vuelta a Tharbad. -¿Tharbad?- siseó el Rey Brujo. Y pareció relajarse un poco-¿Vienes de Tharbad? -Sí, señor-le respondí algo más tranquilo. -Me gusta Tharbad. Habla- y diciendo esto se sentó al otro lado de una gran mesa que había en la gótica y alta estancia en la que estábamos. Su armadura repiqueteó rítmicamente contra la piedra hasta que se sentó. Me alegré de que se sentara tan lejos de mí.

...

-Señor, si me permite la pregunta-¿se consideran malignos o algo similar? El Rey Brujo pareció meditar la respuesta --¿Quiénes son malignos para ti?¿Los que no le lamen el culo a los valar?- se me quedó mirando. Tras su túnica negra no se veía nada, pero tampoco era vacío lo que allí reinaba. Algo había, algo negro, algo tangible, y sentía su terrible mirada clavada en mí a través de la oscuridad, como una enorme estaca que no sólo te atraviesa, sino que te mantiene inmovilizado

-No sé, señor-respondí.
-Hay diferentes formas de pensar. Mi señor es un iluminado, un visionario, un incansable esclavo del progreso. Concebimos el mundo de otra manera, simplemente. Quizás nuestros métodos no sean los más adecuados, pero sí los mejores con los que contamos.
-¿Era usted igual que ahora cuando era un señor numénoréano?- intentaba no insistir en las cuestiones, cambiar de tema para que no a inquietarlo o decir algo que pudiera disgustarle.

Volvió a quedarse pensativo, titubeó, como si no se acordará ya de su pasado humano.
-Las nieblas del tiempo jalonan mis recuerdos... deshilachados, confusos... fui humano, sí, y un rey numénóreano. En una época en la que los dúnedain aún eran grandes de verdad-arrastraba las palabras- era más nervioso, más activo, más alegre, pero sí, era igual que ahora. El cuerpo es ahora liviano, pero el tiempo pesa, más aun que los sentimientos, los recuerdos o las armaduras.
Yo intentaba contener el asombro e iba al grano, cuanto antes acabara esto mejor para mi cordura y para mi integridad-¿Le hubiera gustado morir entre honores como rey númenóreano o se alegra del cambio acontecido en su vida?

Pronto me dí cuenta: error. La pregunta pareció soliviantarle. Sentí de nuevo el frío agarrador y el correoso miedo del principio. Estaba paralizado de nuevo...

-¿Cómo voy a cuestionar los designios de mi Amo, osado humano inconsciente? No hay mayor honor que el de poder convertirse en un espíritu servidor del Amo.

Hablaba firmemente, y con seguridad. Podría estar equivocado, pero no parecía exagerar o mentir. El terror y el frío volvieron a desaparecer.

-En mi vida anterior era un insecto. Quizás un insecto más feliz, más ajeno a todo, pero un insecto. Ahora soy consciente. Del mecanismo que es el mundo. De los secretos que tu insignificante raza ignora. Tengo el poder y la inmortalidad. Y vosotros, eso, ni siquiera los odiosos elfos, no sabéis lo que significa. Ahora os puedo parecer un esclavo, pero un esclavo que sabe, que conoce. Libre de los valar. Y puedo afirmar sin miedo a equivocarme, que los esclavos sois vosotros, pese a las apariencias.

-¿Su Eminencia menciona mucho 'la esclavitud'?¿Se siente esclavo de alguna manera?

-Como he dicho, los esclavos, realmente sois vosotros. Estáis ligados a vuestro destino, a las limitaciones de vuestro cuerpo y a los designios de Eru. Sólo sois libres en vuestro pequeño cubil. Pero sabed que hay todo un mundo más allá de esos muros a los que llamáis libertad.

-Yo ya no estoy atado al destino, ni a mi cuerpo, sólo a mi Amo. Estoy ligado a él. Somos parte de un todo. Siento todo su poder formar parte de mí, un poder sin precedentes: y esa tranquilidad es un privilegio que no tiene precio. Tú no puedes entenderlo, sólo debes creértelo.

Entraron dos humanos de tez cetrina y semblante severo. Y me pusieron una copa de vino tinto. La copa era muy grande, al estilo númenóreano. Era de plata y tenía engarzadas numerosas gemas.

-Bebe sin temor; es un reserva de Eregion.

Bebí. Su aroma era fuerte, su sabor dulce, profundo: francamente sabroso. Y lo agradecí profundamente, tenía la boca muy seca.

...

-¿Quién ganará la batalla final por Tierra Media?

-Nosotros, sin duda- No titubeó ni un segundo, luego hizo una pausa -porque ya la hemos ganado. Nuestra libertad ante el tiránico Eru es nuestra gran batalla ganada– hizo otra pausa, solía hacer prolongadas pausas, no tenía claro si era para buscar en el perdido baúl de sus recuerdos o porque meditaba las respuestas no acabándose de fiar de mi. Aún así la cosa iba fluida y cogí confianza, aprovechando su pausa para preguntar: -¿quiere decir que Sauron ya está complacido por llamar la atención de Eru y de los valar y por sentirse especial y poder reivindicar la libertad de la que me hablas?¿Ve a Sauron como un niño que hace travesuras para llamar la atención del padre?

De pronto todos mis nervios se pusieron en tensión, sentí un agudísimo dolor que me recorrió el cuerpo entero. No podía respirar y el frío empezó a dañarme seriamente los miembros

-Cómo osas hablar con tamaña insolencia de nuestro Amo?- estaba ahogándome, mientras comprendí que la pregunta había sido equivocada. Iba a morir en las manos de aquel monstruo... ¿manos? ni siquiera me las había puesto encima...

-No pronuncies más su nombre, mortal, o atente a las consecuencias. Tu raza nunca ha sentido respeto por nada. Sois vanidosos, codiciosos, envidiosos, viciosos, débiles. Pero yo te enseñaré a que tengas respeto al menos por Él- ya casi no podía escucharle... sé que siguió hablando, pero yo ya no pude escuchar nada más. Así que vislumbré mi fin entre aquellas frías y deslucidas piedras.

-Entiende y respeta que yo pueda sentir respeto por alguien- y paró, el dolor otra vez cesó de repente. Y el aire nunca supo tan dulce.

-Perdóneme, he sido un estúpido y pretencioso, sin duda debido a las limitaciones de mi origen humano- dije entre inconexos y apresurados balbuceos.

-El Hombre no es insignificante si es capaz de hacer frente a mi Amo. Y tu pregunta no ha sido inadecuada, solo la forma de formularla. Pero te la responderé gustoso.

-Travesuras es una palabra demasiado frívola. Eru y los valar son incuestionables. Mi amo protesta de la única forma que puede, quizás muchas veces sólo llamando la atención, o dándoles donde más les duele. Pero la lucha debe ser a muerte aunque tengas todas las de perder; no hay mejor batalla para un guerrero de verdad que la que no tiene escapatoria. Crees aún que mi amo es un cobarde? Y crees que no sabe que la derrota es una posibilidad que existe? No lo ignora, no, pero su tenacidad, su brillantez, están por encima de todo eso. Quizás Ellos no aprecien a mi Amo, pero ten seguro que lo tienen en su pensamiento, y no podrán estar completamente tranquilos en su tiranía mientras mi amo esté Libre. Algún día lo comprenderéis.

Está vez fui yo el que se quedó pensativo, no entendía las palabras del Rey Brujo. La entrevista se estaba yendo por derroteros que no había planeado. Quería entenderle, quizás pillarle en algún renuncio. Pero simplemente, no entendía sus palabras, y parecían sinceras. Me había acabado el vino, y mi lengua, más allá de mi raciocinio, empezaba a soltarse.

-¿Le gustaría dirigir Hombres en vez de orcos en sus filas? Tendrían más posibilidades ante Arthedain y sus aliados?

Hubo otro de esos incómodos silencios, que no sabía si iba a acabar agradándole la pregunta o todo lo contrario y el consiguiente y desagradable frío acompañado de la falta de aire.

-Por una parte sí: los hombres son más nobles y más ordenados. Pero los orcos son más agradecidos, más disciplinados y más resistentes. En cualquier caso disponemos de lo que tenemos, y lo aprovechamos como mejor se puede. Y no olvides que he contado con hombres entre mis filas numerosas veces. Su número es mucho menor y suelen ser menos efectivos.
Los orcos necesitan poco para comer, apenas tienen que descansar ni se les mina la voluntad. Obedecen ante cualquier circunstancia, y todos, sin excepción, aman y respetan la causa. Bien visto es un enemigo temible. Y sus mandos son muy solventes y consecuentes con sus obligaciones
.

-¿Y qué haríais después de conquistar la Tierra Media, si algún día finalmente lo consiguierais?

Desvió hacia mí la mirada en actitud de ofendido. Dos tenues luces furibundas parecieron dibujarse bajo su túnica. Sentí un profuso y repentino terror.

-Espero que no hubiera ningún tipo de escarnio en la pregunta. No es un tema con el que se deba frivolizar. En cualquier caso, no son de tu incumbencia mis futuros planes sobre Tierra Media- estaba mareado de nuevo, a veces sentía zumbar mis oídos como locos, a veces me quedaba en blanco sin saber qué decir, y otras me mareaba levemente. Tenía ganas de vomitar. Y me sentía avergonzado por ello. Tenía la sensación de que a veces intentaran leer mi mente. Por Tulkas, tenía que estar siendo transparente para el Rey Brujo; menos mal que mis intenciones eran buenas. Y esta frase la repetía una y otra vez dentro de mi cabeza, por si me la estaba leyendo, hasta que el esfuerzo, el mareo y la vergüenza hicieron que casi me desmayara.

Uno de los celadores que nos trajo el vino hizo ademán de recogerme. Le tranquilicé y le rogué que me llevara fuera.

Al rato me recuperé levemente. Y volví a la estancia en la que se había quedado el rey Brujo. No sé cuánto tiempo había pasado.

-Estás bien ya- pareció corretear su voz por la estancia.

Entonces me sobrevino un gozo sin precedentes. Había conseguido tener al rey Brujo ahí fuera esperándome mientras yo vomitaba en una de las cuadras de Carn Dûm. No se lo iba a creer ni el propio Vredil: -sí, muchas gracias- contesté-¿Su presencia causa este tipo de comportamiento en todos sus huéspedes?

El Rey Brujo emitió un gutural sonido hueco, leve y reiterado, como tos seca desde pulmones putrefactos. Nunca tuve claro si eso fueron unas risas, o sólo parte de los siseos que parecían oírse a veces por toda la sala en un frenético deslizarse de estos por todos sus rincones.

-Muy pocos son los Hombres que soportan mi presencia, si eso te sirve de consuelo. Cuanto más cobarde es la verdadera naturaleza de quien tengo enfrente más consigo inquietarle. Y tú lo estás consiguiendo, quizás sea esa una de las razones por las que te recibo y hablo contigo. Aparte de porque me han sucedido muchas cosas en la vida, en ambas vidas, pero nada parecido a esto me había sucedido antes.

-¿Son los hombres de Rhudaur fieles por serviros tan bravamente, o unos cobardes por traicionar a su raza, que es la de los Hombres, y a sus orígenes?

-Tienes la lengua muy suelta, mortal. Y no me gusta. Haces preguntas capciosas de las que se podrían sacar muchas conclusiones.

-Ya le dije, señor, si me permite, que después usted podrá arrancar las hojas que desee de todo lo que estoy anotando.

-No me importa que les lleves eso a tus amigos o a tus superiores. Lo que me molesta es que quieras ponerme en un renuncio y penetrar en mi pensamiento. Tus preguntas no son insolentes, pero sí demasiado capciosas.

-Perdone, señor, no volverá a ocurrir.

-¿Echa de menos algo que hiciera antes, ya sabe señor, cuando aún tenía cuerpo y una vida normal? Ya sabe, buenos banquetes, las mujeres...

-He comprendido tu pregunta. Y te respondo que antes debería haber echado de menos cosas que hago ahora. Son mucho menos triviales, más profundas, más interesantes y trascendentes. Pero sí, ahora que lo dices, echo mucho de menos la caza. Cuando íbamos a cazar osos y jabalíes. Ahora sólo veo como los orcos se comen sus restos.

hablaba sereno, no parecía añorarlo demasiado, aunque sí se ralentizó un poco su discurso. No me pareció de nuevo que hablara como alguien que tiene la cabeza lavada, o era tan dogmático que no veía la realidad y sólo repetía frases que se le han inculcado o había aprendido. Me asustaba...

-A ti, te gusta cazar? La pregunta me llenó de sorpresa, de gozo. No por el contenido por supuesto, sino porque era la primera vez desde que había llegado que le interesaba o parecía interesarle mi opinión.

-No señor, lo siento pero nunca lo he hecho, pero tampoco me atrae, si me permite. Eso es cosa de nobles, si usted me entiende.

-Eres sincero, humano. Pero debo dar por terminada nuestra reunión. Los deberes me llaman y no puedo demorarlos por más tiempo. Mis deberes son muchos y onerosos. Podrás dormir bajo el hogar de Carn Dûm si así lo deseas y partir mañana con el alba. Pero he de pedirte una cosa.

-¿Cuál?-me adelanté, agradecido, puede quitar lo que quiera de nuestra conversación y no contaré nada más de lo que viene en estas líneas, como bien prometí.

-No, eso me trae sin cuidado. Digas lo que digas, nuestra victoria sobre vosotros es inminente, y unas palabras no podrán cambiarlo. Lo que deseo pedirte es que no vuelvas nunca más por aquí.

...

El caso es que al día siguiente partí con el alba, no sin mirar una vez más hacia atrás y contemplar la impresionante, la terrible, pero también la hermosa ciudadela que era Carn Dûm bajo la luz del amanecer. Y no sé si se debía a que el tiempo había mejorado, pero tuve mucho menos frío en el retorno a casa".